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3.5 Reconoce que eres polvo

Comerás el pan con sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste sacado; pues eres polvo y al polvo volverás.
- Génesis 3, 19

Humildad La humildad* es absolutamente necesaria para un cristiano, porque en caso contrario todos los regalos que nos hace Dios se desvirtúan: ya no son regalos, sino cosas merecidas. Ya no nos ama Dios sin merecerlo y nos lo regala todo, sino que nos ama porque lo merecemos y nos merecemos que nos salve. ¡Qué error tan grande! Se nos olvida una cosa fundamental: nosotros no somos. Porque somos polvo y vamos a morir. Porque no somos dioses de nada ni de nadie. Porque fracasamos y nos equivocamos. Porque erramos y pecamos. Porque lo matamos todos los días al querer hacer nuestra voluntad sobre todo, y matamos así también a los demás: ¡Cuántas peleas! ¡Cuántas relaciones rotas! ¡Cuántas rivalidades! ¡Cuánto daño hacemos incluso sin darnos cuenta! Porque la Verdad es que únicamente Dios es.

No es fácil poder decir de corazón: Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi capacidad (Salmo 131, 1). Esto solo puedes hacerlo si realmente has visto tu miseria, tu debilidad, tu falta de Fe y tu pecado. Sólo Dios “es”, como dios dijo a Moisés: «“Yo soy el que soy”; esto dirás a los hijos de Israel: “Yo soy” me envía a vosotros» (Éxodo 3, 14). Sin embargo, ni tú ni yo somos nada. Y esto es una de las cosas más difíciles de aprender, porque buscamos ser en todo lo que hacemos: ser alguien en el trabajo y en la sociedad, que nos tengan en cuenta en la familia, ser importante entre nuestros de amigos, etc. Y eso nos lleva a un sufrimiento terrible cuando vemos que no somos. Y nos lleva a la ansiedad y a considerar muchas veces al otro como un rival. En definitiva, nos lleva a vivir con amargura.

Muchos Santos han experimentado esta verdad en lo profundo de su ser, y por eso enseñaban: Abre los ojos del alma y considera que no tienes nada de que gloriarte. Tuyo sólo tienes el pecado, la debilidad y la miseria; y, en cuanto a los dones de tu naturaleza y de gracia que hay en ti, sólo a Dios -de quien los has recibido como principio de tu ser- pertenece la gloria (León XIII)[92]. Y si realmente queremos ser humildes, es necesario vivir esta experiencia de no ser nada y darnos cuenta de que, con Dios, ni siquiera importa. La pregunta es... ¿Cuando ves tu debilidad qué haces? ¿Aceptarla y humillarte, o rebelarte y echar las culpas fuera? En muchos momentos de tu vida aparecerá tu debilidad y tu impotencia, y en esos momentos estás invitado a aceptarla y acogerte a Dios; porque donde tú no puedes, porque no eres, Dios sí puede, porque sí es.

Por ejemplo, dice San Doroteo que el que se acusa a sí mismo acepta con alegría toda clase de molestias, daños, ultrajes, ignominias y otra aflicción cualquiera [...] Otro preguntará por qué deba acusarse si, estando sentado con toda paz y tranquilidad, viene un hermano y lo molesta con alguna palabra desagradable o ignominiosa y, sintiéndose incapaz de aguantarla, cree que tiene razón en alterarse y enfadarse Este modo de pensar es, en verdad, ridículo y carente de toda razón. En efecto, no es que al decirle aquella palabra haya puesto en él la pasión de la ira, sino que más bien ha puesto al descubierto la pasión de que se hallaba aquejado; con ello le ha proporcionado ocasión de enmendarse, si quiere. [...] Por lo cual, si quiere alcanzar misericordia, mire de enmendarse, purifíquese, procure perfeccionarse, y verá que, más que atribuirle una injuria, lo que tenía que haber hecho era dar gracias a aquel hermano, ya que le ha sido motivo de tan gran provecho (San Doroteo)[38]. Quien así piensa y actúa, sigue el camino de la Vida.

Renuncia a ti mismo ¿El primer paso? No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás (Filipenses 2, 3-4). Es decir, vivir para los demás y en busca de su bien, respetando su voluntad y sin vanagloriarte. ¿Ayudas a alguien y no te lo agradece? ¡Perfecto! Es una situación un poco tonta pero muy útil para humillarse, pues molesta que no te tengan en cuenta... ¿No? En realidad no te molesta a ti, le molesta a tu orgullo. Es más, como dice Jesús, incluso conviene que no sepa que has sido tú el que le ha ayudado: Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tenéis recompensa de vuestro Padre celestial (Mateo 6, 1). Y esto ya es un paso importante hacia la humildad.

Hazlo todo como si lo hicieras para Dios mismo, y cuando lo hayas hecho no pienses en lo bueno que eres. Más bien ten presente que si lo has hecho es gracias a que Dios te amó primero. Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. (Lucas 17, 10). Eso es lo que hace un cristiano: lo que Dios le ha mandado hacer. Y no hay un “Dios dame algo a cambio de lo que he hecho”, ni nada por el estilo. Hay humildad. Porque sólo en la humildad se puede vivir con la alegría de la vida eterna. Sin humildad estarás siempre agobiado por defenderte y defender tu prestigio. Y muchas veces será imposible y te hundirás. Por ejemplo, ante la inevitable muerte, una enfermedad, una injusticia, etc. Por eso dijo Jesús: Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará (Mateo 16, 24b-25). Por eso, si eres humilde y vives reconociendo que eres polvo y al polvo volverás (Génesis 3, 19b), no estarás agobiado por perder tu vida: sabes que va a suceder. Pero tendrás una seguridad más grande aún: Dios la recobrará para ti por amor.

Práctica La humildad es un arma potentísima contra los engaños del maligno, que sirve como medida de nuestra Fe. La humildad es fundamental para el cristiano, porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido (Lucas 14, 11). ¿Cómo alcanzar entonces la humildad? Las Escrituras nos lo explican muy bien y, por ello, vamos a hacer la Lectio Divina de los siguientes pasajes bíblicos, en los que se profundiza sobre la humildad o algún aspecto concreto de la misma.

Isaías 55, 6-9 (Repatriación y conversión)
Mateo 5, 38-45 (Jesús y la ley)
Lucas 13, 1-5 (Necesidad de conversión)
Lucas 14, 7-11 (El lugar en el banquete)
Salmo 22, 7-12 (Gritos de muerte y gloria)
Proverbios 19, 20-23 (Proverbios)
Lucas 7, 36-50 (La pecadora perdonada)
Filipenses 2, 1-11 (Cristo modelo de vida)
Mateo 11, 25-30 (Revelación a los sencillos)

Por otro lado, el difunto Papa León XIII puso por escrito de forma breve y sencilla la forma de alcanzar la virtud de la humildad en un instructivo y breve libro llamado “La práctica de la humildad” que conviene conocer y tener siempre presente.

Leer el libro ”La práctica de la humildad”

Al final, negarse a uno mismo y ser verdaderamente humilde es, sin duda alguna, una de las cosas que no podemos hacer por nosotros mismos, sino que requiere de la gracia de Dios. Por ello, a lo único a lo que os invitamos es a tener presente toda esta Palabra sobre la humildad de la que habéis hecho la Lectio Divina, recordándola cuando sufráis humillación en vuestra vida, para poder soportarla con paciencia. Porque es seguro que la humillación os llegará, y ante ella hay dos actitudes: la de Cristo, que acepta y ama al pecador cargando con su pecado; o la que usualmente escogemos los hombres, que consiste en rebelarnos, quejarnos y exigir simplemente justicia*. Pide a Dios que, llegado el momento, con su ayuda, puedas responder como Cristo, si es verdad que quieres vivir como cristiano.


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Notas y aclaraciones

... humildad*
Humildad La humildad es una virtud que consiste en aceptarnos con nuestros dones (sin vanagloriarnos por ellos pues nos vienen de Dios) y nuestros defectos (que ciertamente tenemos). Consiste también en considerar a los otros como superiores a uno mismo, y a no buscar el propio interés sino el de los demás. La humildad es la base y fundamento de todas las virtudes y, sin ella, todas están viciadas por el orgullo.
... justicia*
Justicia El amor verdadero no excluye la justicia sino que más bien la exige como manifestación que lo hace visible y concreto. Ahora bien, el amor que proviene de Dios no puede quedar reducido a la justicia pues la trasciende y supera.