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3.6 Toma tu Cruz Gloriosa

Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas.
- Mateo 11, 29

La Cruz Gloriosa La cruz es el yugo de Cristo: el único yugo que debemos tomar sobre nosotros. La cruz tiene un sentido y una dimensión muy profunda en nuestra vida: como instrumento de tortura y muerte, representa para todos los hombres su sufrimiento y su muerte. La cruz muestra los límites de nuestro amor, que no puede amar al enemigo entregando su propia vida por él. Por eso dice Jesús: Y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí (Mateo 10, 38). Dios está invitando a los cristianos a seguirle, amando a los demás sobre el sufrimiento y la muerte. Nos está invitando a no preocuparnos por la posibilidad de perder nuestra propia vida, nuestro prestigio, nuestros bienes y afectos, etc. ¡Porque sólo Él basta! Pero eso, a priori, es realmente imposible para nosotros, que buscamos ser y tener en todo lo que hacemos diariamente.

Sin embargo... ¡Dios lo ha hecho posible! Él nos ha abierto personalmente el camino: Pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron (Isaías 53, 5). Es decir, Dios mismo carga con nuestras culpas, muere y resucita regalándonos la vida eterna. Y de esta forma nos da la posibilidad de poder tomar la cruz, porque ya no nos morimos: Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna (Juan 3, 16). ¿Nuestras culpas? ¡Pagadas en la cruz! ¿Nuestro sufrimiento? ¡Con un sentido nuevo en la cruz! ¿Nuestra muerte física y ontológica? ¡Vencida en la cruz! ¿Y por quién? ¡Por Dios mismo en Jesucristo! Él es el protagonista, el centro de la historia y la Fe Católica. Su sacrificio nos ha dado a nosotros la vida, nos ha reconciliado con Dios, y nos ha garantizado que si morimos con Él viviremos también con Él. Y gracias a ese sacrificio, la cruz que antes era un símbolo de muerte es ahora un símbolo glorioso del amor de Dios y de la resurrección que nos da la vida.

El Amor sin límites La muerte, que nos tenía esclavos*, ha sido completamente vencida. La muerte era nuestro límite en el amor, pero ¡gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo! (1 Corintios 15, 57). ¡Dios ha borrado el límite de nuestro amor! Por eso se dice: Nosotros amemos a Dios, porque él nos amó primero (1 Juan 4, 19). Y por eso cantamos alegremente: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? (1 Corintios 15, 55). En la cruz gloriosa los cristianos vemos el amor que Dios tuvo con el hombre, contigo y conmigo, haciéndose partícipe de todos sus sufrimientos: despreciado, difamado, perseguido, traicionado, abandonado, torturado, condenado injustamente y, finalmente, asesinado. ¡Tanto nos ha amado Dios que ha compartido voluntariamente todos nuestros sufrimientos! Porque verdaderamente... ¡Es infinito su amor hacia nosotros!

Sin embargo, no es de extrañar que los que no creen en Cristo no quieran ver la cruz: para ellos sigue siendo símbolo de sufrimiento y muerte. ¿Cómo puede venir algo bueno de la cruz, es decir, del sufrimiento y la muerte? Pues el mensaje de la cruz es necedad para los que se pierden; pero para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios (1 Corintios 1, 18). A nosotros, los cristianos, la cruz nos recuerda siempre que la muerte ha sido vencida, como nos indica el Papa diciendo: La cruz de Jesús expresa dos cosas: Toda la fuerza negativa del mal, y toda la omnipotencia de la misericordia de Dios. La Cruz parece declarar la quiebra de Jesús, pero en realidad marca su victoria (Papa Francisco)[45]. Por eso, para los cristianos, la cruz es una cruz gloriosa, una cruz donde se ha hecho presente físicamente que Dios nos ha amado hasta el extremo. Una cruz que ha borrado todos los límites del Amor.

¿Cuál es tu Cruz? Conviene concretizar esto en nuestra vida, porque uno de los motivos por los que algunos cristianos abandonan la Fe es precisamente la cruz. ¿Por qué me ha tocado a mí esta enfermedad? ¿Por qué estoy en el paro? ¿Por qué soy perseguido por ser Católico? ¿Por qué tengo este sufrimiento o aquél otro? ¿Por qué parece que Dios no hace nada? Es el misterio del sufrimiento de los inocentes: de la cruz. Porque muchas veces sufrimos por nuestros pecados que nos dejan en el infierno, pero otras veces sufrimos sin culpa, al igual que sufrió Cristo. En este segundo tipo de sufrimiento un cristiano está alegre... ¡Porque ha conocido el amor de Dios! Por otro lado, quien no ha conocido el amor de Dios, como es natural, solo puede tratar de huir de ella, evitarla y quitársela de en medio. Es decir, la cruz es algo que cambiaría o quitaría de su vida porque piensa que está mal en ella. Al final, quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío (Lucas 14, 27).

La respuesta a este sufrimiento por parte de Dios es Jesús, el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz (Filipenses 2, 6-8). ¿No lo comprendes? ¡Dios mismo ha pasado por el sufrimiento! ¡Por tu sufrimiento! ¿Pero por qué? ¿Por qué no evitarlo? De nuevo Cristo es la respuesta, pues Jesús de nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad» (Mateo 26, 42). Es decir, Dios no desea el sufrimiento pero, en ocasiones, este es necesario. Y quizás te preguntes... ¿Para qué? Sólo Dios, personalmente, puede darte la respuesta pues cada caso es completamente diferente, y este es un asunto realmente profundo donde los clichés y las explicaciones racionales no sirven para el que lo sufre. Sin embargo, existen muchos católicos que han tomado su cruz y han seguido a Cristo en medio de su sufrimiento. Ellos han visto cómo, con Cristo, uno puede ser feliz incluso en situaciones de sufrimiento extremo. Porque Dios mismo carga con tu cruz haciéndola gloriosa.

Recuerda siempre que el sufrimiento no es el final: el final es la vida eterna. De hecho, dado que la vida eterna es eterna, cualquier sufrimiento presente es ínfimo y palidece ante nuestro futuro, como atestigua San Pablo: Pues considero que los sufrimientos de ahora no se pueden comparar con la gloria que un día se nos manifestará (Romanos 8, 18). ¿Y qué mayor prueba hay de que esto es cierto que Jesús mismo? Dios ha pasado por el sufrimiento de los inocentes y la muerte, para mostrarnos que eso no es el final y que no debemos tener miedo. Por eso, los cristianos aman la cruz, porque en la cruz son amados por Dios. Y al final, Dios hará justicia de todas las injusticias, y colmará de bendiciones en la vida eterna a los que se decidan por Él, porque... ¡Dios nos ama!

Práctica La derrota de la muerte por Jesucristo es el hecho histórico con más relevancia de toda la historia de la humanidad: de toda la historia de Salvación de Dios con el hombre. El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento. Ya san Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: “Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce:”. El apóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después de su conversión a las puertas de Damasco (Catecismo 639). Vamos, pues, a profundizar en este misterio haciendo la Lectio Divina de los siguientes pasajes, y reflexionando sobre cuál es nuestra cruz y cómo actuamos frente a ella:

Isaías 53, 1-12 (Cuarto canto del Siervo)
Mateo 26, 36-46 (Oración en Getsemaní)
Mateo 27, 27-30 (Burlas de los soldados)
Mateo 27, 45-54 (Muerte de Jesús)
Mateo 28, 1-8 (Resurrección)
Hebreos 2, 14-18 (La muerte, vencida)
Romanos 8, 18-25 (El gemido de la creación)

Verdaderamente Cristo ha resucitado, y nosotros hemos sido inmensamente bendecidos por ello. La cruz gloriosa es una carga ligerísima en comparación al inmenso peso de la esclavitud del pecado. Y nosotros, libres de esta esclavitud por Cristo Jesús Señor nuestro, podemos vivir en la esperanza de la vida eterna. Y así viven muchos cristianos perseguidos hoy en día, como os invitamos a ver en las siguientes entrevistas.

Ver experiencia del padre Naeem Ayub

Ver experiencia del padre Douglas Bazi

Comentarios

Marcos(14-03-2024)
Con todo respeto. Este documento está lleno de falsa doctrina sobre la Cruz. Como católico debo denunciarlo. No existe otra Cruz que la de Cristo en el Sacrificio para nuestra Salvación, no hay una Cruz personal: no podemos equiparar el sufrimiento de Cristo para Salvación con el de nuestra propia Cruz, pues eso nos hace ser falsos Cristos. Asimismo, La Cruz no son los sufrimientos que en nuestra inocencia e injustamente hemos recibido, eso es un engaño. La Cruz nuestra o propia, consiste en todo aquello a que hemos renunciado y renunciamos diariamente por Cristo, es todo lo temporal o de este mundo que dejamos atrás y nos negamos por ese Amor manifestado en La Cruz, por tanto, no es un sufrimiento como consecuencia de eventualidades, sino que sufrimos al despegarnos de todo por Él. Y es por eso que Cristo dice: Venid a Mi los que estén cansados y agobiados, que Yo los aliviare, pues Mi yugo es Suave y mi carga Ligera. Es decir: Jesús habla de ese Amor del perdón de los pecados en La Cruz, que nos aligera, nos conforta, se trata pues de esa fuerza del Amor a Él por habernos amado al morir por nosotros. En fin... Ojalá se rectifique este error...
Nos alegramos de su comentario y agradecemos que actúe según su conciencia. Permitanos recordar, en primer lugar, que este curso ha sido revisado por teólogos católicos y dispone del imprimatur que garantiza su fidelidad a la Fe Católica. Respecto a sus dudas: Si que existe, en palabras de Cristo, una cruz personal que se identifica con el sufrimiento de los inocentes, pues así la identificó Cristo. Evidentemente, nosotros sufrimos también por nuestras culpas, pero no únicamente por ellas, sino también puntualmente por heridas causadas por pecados ajenos de personas cercanas. Y sufrimos sin poder elegirlo, y sin poder redimir nada. Cristo (siendo totalmente inocente) sufrió por las culpas de todos los hombres, teniendo elección (decidió hacerlo), redimió, rompió el pecado y la muerte, y salvó. Evidentemente, como bien mencionas, no hay comparación posible entre lo que Dios hace (su Pasión) y lo que hacemos nosotros con la Cruz. Nosotros sufríamos pero Cristo sua sanctissima passione in ligno crucis nobis justificationem meruit (Concilio de Trento). Pero sí hay una identificación en la Cruz, porque la alegría del cristiano es que la Cruz que Cristo salvó y redimió es la tuya y la mía. No es una cruz abstracta: es la cruz concreta de cada hombre. Ese caracter en ocasiones externo de la cruz se ve en el evangelio (dice Cristo: carga con tu cruz, no dice: obra tu cruz), y en muchos santos: La Cruz está presente en todo, y viene cuando uno menos se la espera (San Josemaría Escrivá). Las renuncias de las que usted habla, la teología las identifica como mérito de condigno obras de la gracia. Puede leer sobre ello al ángelico doctor Santo Tomás de Aquino. Dios le bendiga. La paz.
Olga Peña(06-07-2022)
Agradezco cada uno de los temas tratados en este curso. Son comprensibles y bastante interesantes.
Nos alegramos de ello. ¡Dios le bendiga!
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Notas y aclaraciones

... esclavos*
Esclavitud Todos los hombres somos esclavos por el miedo que tenemos a la muerte física y ontológica, pero Jesucristo nos ha liberado de esa esclavitud venciendo a la muerte en todas sus facetas. Por tanto, lo mismo que los hijos participan de la carne y de la sangre, así también participó Jesús de nuestra carne y sangre, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo, y liberar a cuantos, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos (Hebreos 2, 14-15).