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4. La vida del Cristiano

Antes sí erais tinieblas, pero ahora, sois luz por el Señor. Vivid como hijos de la luz.
- Efesios 5, 8-9a

El cristiano es un atleta La vida del cristiano puede compararse con la vida de un atleta. Tenemos un objetivo, un premio que alcanzar, que es Dios mismo y la vida eterna que nos ha prometido. Y tenemos una carrera que correr, que es la carrera de la Fe en nuestra vida diaria. Y estamos llamados a vivir diciendo: corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús (Filipenses 3, 14). ¡El mejor premio que jamás podríamos haber soñado!

Pero... ¿Qué necesita un buen atleta para ganar la carrera? Todos sabemos que la alimentación sana y equilibrada es muy importante. Por eso es importante buscar la Sabiduría de Dios en las Escrituras y el Magisterio de la Iglesia Católica, que inspirados por Dios conforman el alimento del cristiano. También es necesario un buen entrenamiento, que para los católicos es la oración. El atleta también necesita de un entrenador que le corrija y le haga aprender la técnica correcta: necesita de humildad para aceptar la corrección. Nosotros, como católicos, necesitamos la humildad para aceptar la corrección de Dios. Además, es importante caminar en la dirección correcta, para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados a la deriva por todo viento de doctrina (Efesios 4, 14a). Y no nos olvidemos de la constancia... ¿O acaso un atleta llega a ser campeón del mundo con un par de meses de entrenamiento? ¡Son necesarios años! De la misma forma, nosotros muchas veces también necesitamos años y años de perseverancia en la Fe. Por eso, actuemos con perseverancia, pues el mismo San Pablo decía: Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús (Filipenses 3, 13-14).

Pero todo campeón tiene también algo innato, algo que no se consigue mediante entrenamiento y esfuerzo, que le hace marcar la diferencia entre los atletas “comunes” y él: el campeón. ¡Nosotros los cristianos también tenemos ese “algo”, que es Cristo mismo! Él, por su inmenso amor, engendra en nosotros un hombre nuevo capaz de ganar la carrera de la Fe... ¡Por pura gracia! Así pues, lo imposible ya lo ha hecho Él posible para nosotros. Nosotros sólo debemos aceptarlo y ejercitarlo, para poder decir algún día: He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe (2 Timoteo 4, 7).

¿Cómo construyes tu casa? La formación de una persona como cristiano es como la construcción de una casa. Por ello, debe tomarse en serio y construirse de forma adecuada. Pues... ¿Quién quiere vivir en un edificio sin cimientos? ¿Quién quiere vivir en una casa sin techo? ¿O quién no pone de su parte para reparar los desperfectos que puedan surgir en la casa? ¿Acaso alguien no limpia y cuida su casa? O, lo que es más importante... ¿No la habita? Edifiquemos pues nuestra casa con cuidado y esmero, y permitamos al Espíritu habitar en ella. O... ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? (1 Corintios 3, 16).

¿Cómo edificar correctamente nuestra casa? Dirá Jesús: El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca (Mateo 7, 24). Conviene, pues, escuchar la Palabra de Dios y las enseñanzas de la Iglesia, y ponerlas por obra. No basta con sabérselas u oírlas. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande (Mateo 7, 26-27). ¡Pues la Palabra de Dios es Vida! Pero hay algo que no debemos olvidar: Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles (Salmo 127, 1a), como decía el mismo San Pablo: Conforme a la gracia que Dios me ha dado, yo, como hábil arquitecto, puse el cimiento, mientras que otro levanta el edificio. Mire cada cual cómo construye (1 Corintios 3, 10). Porque crecer en la Fe como católico significa dejarse edificar por Cristo, dejarse amonestar por su Palabra, aceptar ser corregido en la propia vida, etc.

Conviene prestar atención a las entradas y salidas de la casa: oídos, vista, tacto, gusto y lengua. No conviene escuchar cualquier palabrería, ni dar crédito a doctrinas extrañas que confunden nuestra mente. No conviene ver muchas cosas, entre ellas pornografía, violencias y crueldades varias, aunque sea en películas, pues acostumbran a nuestra conciencia a tolerar esas cosas. E incluso, en un futuro, quizás, a querer practicar algunas de ellas. No conviene buscar el placer para nuestra boca o nuestro cuerpo, de forma que nos esclavicemos a ello. Y no conviene dejar salir por nuestra lengua cualquier cosa, pues para algo tenemos una doble cerradura, lengua y dientes: para hablar oportunamente, con la dignidad que caracteriza a los discípulos de Cristo. Pues todas estas entradas y salidas pueden servir para nuestra edificación o para nuestra ruina, pues nosotros edificamos desde fuera hacia dentro: cambiando nuestro corazón a través de nuestras acciones y actitudes. ¡Menos mal que Cristo edifica desde dentro de nuestro corazón, haciéndolo dócil! ¡Él es el verdadero arquitecto al que debemos dejar obrar!

Dios enseña a vivir Ser cristiano es, en definitiva, vivir en la Voluntad de Dios*. Sin embargo, para poder vivir en la Voluntad de Dios concreta para ti hay que comprender primero cómo ha querido Dios que fuesen las cosas en términos generales. Y esta sabiduría se la ha dado a la Iglesia Católica, según lo anunciado por el propio Jesucristo: Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os explicará lo que ha de venir (Juan 16, 13). Por ello, vamos a ver poco a poco toda la sabiduría y las bendiciones que Dios nos ha regalado a los Cristianos, para que podamos vivir como tales, de forma que se cumpla en nosotros esta Palabra: Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos (Mateo 5, 14.16).

Práctica La Voluntad de Dios es un tema importante en las Escrituras, y conviene meditarlo tranquilamente. Conviene también meditar las dos actitudes que surgen a menudo cuando se conoce la Voluntad de Dios: la rebeldía y la obediencia. Dos posibles respuestas a esta Voluntad, con dos consecuencias muy distintas. Para profundizar en todo esto vamos a hacer la Lectio Divina de los siguientes pasajes de las Escrituras:

Marcos 3, 31-35 (La familia de Jesús)
Mateo 7, 21-27 (La recta conducta)
Romanos 12, 1-2 (El culto de la mente)
Deuteronomio 6, 1-9 (Fidelidad al Señor)
1 Samuel 15, 16-23 (Campaña contra Amalecitas)
1 Reyes 17, 8-24 (La viuda de Sarepta)
Isaías 55, 6-11 (Llamada a la conversión)

Ya los doce Apóstoles recapitularon, se cree, en un escrito llamado Didajé todas las enseñanzas básicas de Jesús, a modo de recomendaciones básicas. Este fue, probablemente, el primer Catecismo de la Iglesia Católica, y conviene que lo conozcamos. Por eso, vamos a leer este brevísimo documento escrito en el primer siglo de nuestra era.

Leer la ”Doctrina de los doce Apóstoles” o ”Didajé”

Comentarios

Rosa García(28-04-2022)
Gracias y muchas. No se imagina la gran ayuda tanto espiritual como en mi familia que es. Bendiciones... ¡paz y bien!
Nos alegramos de ello. Dios la bendiga. La paz.
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Notas y aclaraciones

... Dios*
Voluntad de Dios La voluntad de Dios contigo es el camino que, con amor infinito, Dios ha trazado para tí desde antes de tu nacimiento. Esta manifestación de su amor divino proporciona un sentido trascendental a tu vida, y se te comunica a través de su Palabra. Obedecer (ob-audire) en la fe es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de la misma (Catecismo 144).