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5.2 Corrección y Perdón

Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso.
- Lucas 6, 36

Juicio y Difamación La persona que juzga y condena se equivoca, porque toma el puesto de Dios, que es el único y verdadero juez. Tú, si juzgas, te equivocas, por mucha razón que tengas o creas tener. ¡Y mucho más si ese juicio lo haces público mediante acusaciones, calumnias y difamaciones! Recuerda que sólo Dios es bueno: tú no. Y sí, tu hermano tampoco, pero eso no te permite juzgarlo. Pues Dios nos encerró a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos (Romanos 11, 32). ¿Y quién eres tú para ponerte en el lugar de Dios?

La difamación es un pecado gravísimo, que se multiplica constantemente. Se dicen cosas, se acusa a gente y los difamamos. Porque la difamación sigue siéndolo aunque sea verdad lo que se dice de la otra persona, pues el otro tiene derecho a su honor. Así pues, y sin causa justificada para el bien de alguien como es el prevenir a un hijo de alguien o pedir consejo, no puedes airear los pecados que otros hacen. O incluso peor: inventarte cosas o motivaciones malas en el otro, cosa que muchos medios hacen a propósito, con el objetivo de desacreditar al prójimo. Sin embargo, Benedicto XVI ya explicó en su día que a la cultura diabólica del mundo de hoy de la calumnia y la mentira, los católicos deben decir siempre no, ya que por ser bautizados pertenecen a Dios y por ello deben vivir en la verdad (Benedicto XVI)[20]. Así pues, un católico que difame, calumnie, haga uso de la maledicencia o haga juicios temerarios de forma consciente y voluntaria, está cayendo en un pecado muy grave del que es imperativo salir; pues el respeto de la reputación y del honor de las personas prohíbe toda actitud y toda palabra de maledicencia o de calumnia (Catecismo 2507). Conviene, pues, recordar que Dios siempre tiene misericordia de todos, y que el Sacramento de la Reconciliación está abierto a quienes se arrepienten de sus faltas pasadas y desean elegir sinceramente a Cristo y su Palabra.

Ante la difamación de algunas personas... ¿Qué hacer? Inicialmente y por el bien de esas personas, si se puede, corregir con amor y lo más en privado posible. Si tras varios intentos no se consigue nada, pues rezar por ellos y no participar de ella más, como dice San Pedro: Así, pues, apartaos de toda maldad, de toda falsedad, hipocresía y envidia y de toda maledicencia (1 Pedro 2, 1). ¿Y si eres tú el objeto de la difamación? Bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian (Lucas 6, 28). ¿Y qué podemos hacer para evitar caer en la difamación accidentalmente? ¡Ejercer la prudencia y el discernimiento! De esta forma dirás lo apropiado una vez contrastada toda la información, y siempre con la mirada misericordiosa de los ojos de Dios. En definitiva: Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso (Lucas 6, 36). Él te ha perdonado, te ha amado, te ayuda en tu vida diaria y te ha dado la vida eterna. Cuida pues tu lengua, pues principio de toda obra es el pensamiento, y antes de toda acción está la reflexión (Eclesiástico 37, 16). De esta forma, tratarás a tu prójimo como Dios te ha tratado a ti... ¡Con amor y respeto!

Corregir con Amor Una cosa muy diferente al juicio es la corrección fraterna: Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano (Mateo 18, 15). ¿Por qué a solas? Porque la corrección cristiana se hace con caridad, y si vas a solas con él evitas difamarlo ante otros. La corrección que se hace en secreto no daña la fama de una persona: no es destructiva, sino constructiva. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos (Mateo 18, 16). ¡Porque puedes ser tú el que estás equivocado! ¿No lo habías pensado? Pero si verdaderamente encuentras esos testigos, no sólo reducirás la posibilidad de equivocarte sino que, además, se reforzará la veracidad de tu corrección.

Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano (Mateo 18, 17). Efectivamente, el último paso es dar a conocer el problema a la Santa Iglesia Católica mediante los medios que ella misma ha dispuesto, que varían dependiendo de la gravedad del asunto. Ella misma emitirá una resolución al respecto, con el discernimiento que propiamente le pertenece. ¿Y si aun así esa persona no rectifica? Si la Iglesia lo determina así mediante una excomunión o una fuerte amonestación, no los considerarás ya parte de la misma, sino “como el gentil y el publicano”. Pero... ¡Espera! ¿Qué se hace con el gentil y el publicano? ¿Despreciarlos? ¡No! ¿Criticarlos? Tampoco. ¿Difamarlos? Menos aún. Lo que se hace es... ¡Rezar por su Salvación y su vuelta a Dios!

Perdonad El perdón es una de las cosas más importantes de un cristiano, y que marcan una diferencia clara respecto al resto, pues es un signo para todos los que no creen. Pero no hablamos de un perdón puntual de alguna tontería, ni el perdón falso representado en la frase “yo perdono pero no olvido”, ni el supuesto perdón que te recuerda tiempo después lo que hiciste aquella vez. Hablamos del perdón de verdad, del que empleó Jesús cuando estaba siendo asesinado injustamente en la cruz. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte (Lucas 23, 34). Para evitar perdonar, una expresión muy común que se suele usar es la de “cristiano sí, pero tonto no”: yo doy una segunda oportunidad, pero si vuelven a hacerme daño... ¡No perdono más! Nosotros perdonamos una vez, el apóstol Pedro estaba dispuesto a perdonar siete veces, sin embargo Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mateo 18, 22). Eso no significa que no seas prudente en adelante, si lo requiere la situación. Pero significa claramente perdonar, olvidar, y no echar en cara lo que hiciste o dejaste de hacer. Y hacerlo siempre.

Esto parece algo realmente difícil, algo de lo que estamos muy lejos muchas veces; pero en realidad, sólo nos hace falta un poco de conocimiento de nosotros mismos para llevar esto a la práctica. Hace falta humildad. Hace falta reconocer nuestros pecados, que son muchos. Y no precisamente tonterías, porque del corazón salen pensamientos perversos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, difamaciones, blasfemias (Mateo 15, 19); y si no llevamos a la práctica esas cosas es, muchas veces, por la soberbia de creernos buenos. Pero el pecado está en nuestro corazón, pues nadie es bueno sino solo Dios (Lucas 18, 19b). Y así lo afirmaba San Juan diciendo que si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y su palabra no está en nosotros (1 Juan 1, 10). Así pues, ser un justiciero significa no conocerse ni conocer el propio pecado y, por tanto, no conocer el perdón de Dios. En tal caso, tiembla, pues estás a un paso de perder la Fe por culpa de tu soberbia... ¡Y ni siquiera lo ves! Sin embargo, ser humilde significa conocerse, ver el propio pecado y, por tanto, conocer el amor y el perdón de Dios. ¡Y conocerlo profundamente!

Desde este punto de vista se comprende perfectamente la parábola del siervo sin entrañas (Mateo 18, 23-35), que nos muestra el motivo por el cuál debemos perdonar siempre: porque hemos sido perdonados de mucho más. Por ello, seamos compasivos, y si en alguna ocasión no podemos, oremos a Dios para que nos lo conceda, no sea que nos suceda como a este siervo, a quien entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” (Mateo 18, 32-33). Perdonemos, pues, como Dios nos ha perdonado a nosotros... ¡Por simple y puro amor!

Práctica Tanto Jesucristo como los propios apóstoles emplean palabras muy duras contra los que juzgan y no corrigen al hermano con amor. De hecho, la corrección es absolutamente necesaria, pero existen formas correctas y erróneas de ejercerla. Y, por supuesto, el perdón siempre debe ser lo primero, pues así nos lo enseñó Cristo. Hagamos la Lectio Divina de las siguientes lecturas para profundizar más en todo esto.

Mateo 7, 1-5 (Advertencias varias)
Mateo 18, 15-18 (Conflictos en la comunidad)
Mateo 18, 21-35 (Parábola sobre el perdón)
Lucas 6, 27-38 (El amor a los enemigos)
Juan 8, 2-11 (La adultera perdonada)
Romanos 14, 13-21 (El primado del amor)
Santiago 4, 11-12 (Advertencias ante el juicio)

Si realmente viviéramos así en nuestra vida, no sólo la Iglesia sino todo el mundo sería mucho mejor. Al final, es muy fácil hablar del amor, pero muy difícil ponerlo en práctica de forma concreta. Porque el que ama, perdona siempre. ¿Perdonas tú? Oremos a Dios para que nos regale el don del perdón. Y procuremos perdonar siempre, y pedir perdón a todas las personas a las que hemos dañado con nuestros pecados y con nuestro egoísmo.

Pedir a Dios actuar con misericordia
Perdonar las ofensas recibidas
Pedir a perdón por las ofensas hechas

Comentarios

Héctor Madrona López Sánchez(17-02-2022)
Necesito el curso catolico en papel. ¿Cómo lo podría conseguir? Gracias y bendiciones!!
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Samuel Isaac(11-08-2021)
A medida que avanzo en este curso me doy cuenta lo falto que estoy del amor de Dios. Dios les bendiga por esta obra.
Dios le bendiga también a usted en su vida. ¡Ánimo!
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