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1.9 El sacrificio de Isaac

Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón.
- Hebreos 4, 12

Invocación al Espíritu Santo Para empezar la Lectio Divina hagamos la señal de la cruz y recemos el himno Veni Creator Spiritus. De esta forma pedimos al Espíritu Santo que nos ayude a comprender y poner por obra esta Palabra que vamos a escrutar.

Ven, Espíritu creador, visita las almas de tus fieles y llena de la divina gracia los corazones que Tú mismo creaste. Tú eres nuestro Consolador, Don de Dios Altísimo, fuente viva, fuego, caridad y espiritual unción. Tú derramas sobre nosotros los siete dones; Tú, el dedo de la mano de Dios; Tú, el prometido del Padre; Tú, que pones en nuestros labios los tesoros de tu palabra. Enciende con tu luz nuestros sentidos; infunde tu amor en nuestros corazones; y, con tu perpetuo auxilio, fortalece nuestra débil carne. Aleja de nosotros al enemigo, danos pronto la paz, sé Tú mismo nuestro guía y, puestos bajo tu dirección, evitaremos todo lo nocivo. Por Ti conozcamos al Padre, y también al Hijo; y que en Ti, espíritu de entrambos, creamos en todo tiempo. Gloria a Dios Padre, y al Hijo que resucitó, y al Espíritu Consolador, por los siglos infinitos. Amén (Veni Creator Spiritus)[80].

Lectura y Meditación El pasaje del sacrificio de Isaac nos habla del verdadero significado de la confianza en Dios. Es un acontecimiento que nos demuestra cómo Dios es bueno y quiere que confiemos en Él sin ningún “pero”. Por eso, Dios le presentó una prueba a Abraham, y la respuesta de Fe de Abraham en esta prueba nos sirve hoy a todos nosotros de ejemplo y guía ante las situaciones que vivimos diariamente. El pasaje empieza así:

Después de estos sucesos, Dios puso a prueba a Abrahán. Dios dijo: «Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto en uno de los montes que yo te indicaré». Abrahán madrugó, aparejó el asno y se llevó consigo a dos criados y a su hijo Isaac; cortó leña para el holocausto y se encaminó al lugar que le había indicado Dios. Al tercer día levantó Abrahán los ojos y divisó el sitio desde lejos. Abrahán dijo a sus criados: «Quedaos aquí con el asno; yo con el muchacho iré hasta allá para adorar, y después volveremos con vosotros» (Génesis 22, 1-5).

¿Por qué Abrahán accede tan fácilmente a esta petición tan impactante, y además le dice a los mozos “volveremos” y no “volveré”? Porque por la fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac: ofreció a su hijo único, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: «Isaac continuará tu descendencia». Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar de entre los muertos, de donde en cierto sentido recobró a Isaac (Hebreos 11, 17-19), como veremos más adelante. Porque la prueba tenía un sentido claro: poner de manifiesto la confianza y la Fe de Abraham en Dios. No se trata, pues, de un sacrificio humano, sino de una simple prueba de confianza, una pregunta de Dios a Abraham que dice: ¿Soy o no bueno?

Pero esta no es sólo una prueba de confianza, sino también de amor. Pues Dios le pide que le entregue a su único, al que ama. Y al igual que Abraham nosotros muchas veces tenemos un único, algo o alguien al que amamos... ¿Quizás más que a Dios? Este es el otro propósito de la prueba. Que Abraham vea lo que hay en su corazón y si ha hecho de su hijo un ídolo pidiéndole la vida y la felicidad a él. Esto hubiera provocado que Abraham fuese esclavo de su hijo, dependiente de su afecto y su salud. Únicamente si amamos primero a Dios podemos amar a los demás libremente, sin pensar en el “qué dirán” o temer en perder su “afecto”. Por eso, en esta prueba, Abraham debe hacer una elección... ¿Dios o mi único? Y como veremos mas adelante, elegir a Dios no significa perder a su hijo y quedarse sin nada, sino recibirlo todo de Aquel que todo lo posee y que se lo ha dado todo.

Tomó Abrahán la leña del holocausto, la cargó sobre su hijo Isaac, tomó en su mano el fuego y el cuchillo, y se fueron los dos juntos. Dijo Isaac a su padre Abrahán: «¡Padre!» Respondió: «¿Qué hay, hijo?» –- «Aquí está el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?» Dijo Abrahán: «Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío.» Y siguieron andando los dos juntos (Génesis 22, 6-8).

Esta parte nos muestra cómo Abraham no duda de Dios en ningún momento, pese a lo difícil que debió ser responderle a su hijo esa pregunta. Pero tampoco le miente al responderle, pues Abraham sabía que Dios le amaba y que, de una forma u otra, todo saldría bien. Isaac aquí es figura de Jesucristo, pues como hizo Él, Isaac cargó con el madero sobre el que iba a morir. Y como Él, no se quejó de ello. De hecho, como vamos a leer ahora, tampoco se resistió, pues hubiera sido muy fácil desasirse y huir de un anciano como Abraham. ¡Qué confianza la de Isaac! ¡Qué confianza la de Abraham!

Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán alargó la mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. Pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: «¡Abrahán, Abrahán!». Él contestó: «Aquí estoy». El ángel le ordenó: «No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo» (Génesis 22, 9-12).

Este es el momento clave donde Dios actúa y le revela a Abraham el propósito de su petición: Dios no quiere el sacrificio de Isaac, sino la confianza plena de Abraham. Además, es importante darse cuenta de que, de nuevo, vemos cómo el ángel llama a Isaac “tu único”. Dios sabe que solo podemos ser libres para amar a los demás si lo amamos primero a Él. Porque si no, siempre estaremos liados con los afectos, con el qué dirán, con nuestra imagen, con el si le sentará bien o no lo que diga, etc. Por ello, para que Abraham pueda ser libre para amar verdaderamente a su hijo, conviene que Dios sea el primero en su vida. Y esta prueba ha demostrado que sí lo es.

¿Y nosotros? ¿Somos libres de cara a los demás? ¿Podemos libremente elegir a Dios el primero? ¿O aún pensamos en el qué dirán si manifiesto que soy católico? ¿Le sentará mal a alguien que quiera ir a misa primero? ¿Prefiero el futbol, un hobby, quedar con los amigos, o cualquier otra cosa antes que a Dios? Y a mis amigos o familiares... ¿Les hablo de Dios o me callo, no sea que me miren mal? Para ser verdaderamente libres hay que poner a Dios el primero. El primero. Sin “peros”. Sobre todo lo demás. Y esto no significa perder lo demás, sino ganar la capacidad de ver en las cosas simplemente cosas, y en las personas hijos de Dios dignos de tu amor, es decir, hermanos con los que puedes relacionarte con total libertad.

Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. Abrahán llamó aquel sitio «El Señor ve», por lo que se dice aún hoy «En el monte el Señor es visto». El ángel del Señor llamó a Abrahán por segunda vez desde el cielo y le dijo: «Juro por mí mismo, oráculo del Señor: por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te colmaré de bendiciones y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de sus enemigos. Todas las naciones de la tierra se bendecirán con tu descendencia, porque has escuchado mi voz» (Génesis 22, 13-18).

Conviene destacar cómo Dios no quiere, por amor a Abraham, que él pase por lo que Él sí pasó, por amor a nosotros, con su hijo Jesucristo. ¡Qué amor tan grande el de Dios! Nótese, además, que con la elección de Dios uno siempre gana. Abraham conservó a su hijo y le fue prometida una descendencia mucho mayor y mejor. Dios le dio el ciento por uno. Porque Dios, efectivamente, provee. Y contigo, si te decides seriamente por Dios y únicamente por Él, también hará lo mismo. ¿Lo primero? Conocerle personalmente, por supuesto. ¡Y dejarse amar por Él!

Una vez terminada la meditación, permanezcamos cinco minutos en oración silenciosa, meditando a la luz de la Palabra la siguiente pregunta: “¿Qué me dice Dios a mi vida concreta con esta Palabra?” Cuando más práctica, concreta y aplicada a nuestra vida sea la respuesta, mejor. Porque con esta Palabra Dios te esta hablando hoy personalmente a ti.

Oración Continuemos la Lectio Divina con una oración personal a nuestro Padre celestial, pidiéndole lo que necesitamos para llevar a nuestra vida esta Palabra, y dándole gracias por habernos ayudado a comprenderla. A continuación, recemos el Padre Nuestro y no nos olvidemos de nuestra madre María saludándola con un Ave María. Terminemos, finalmente, realizando la señal de la cruz con la intención de llevar esta Palabra con perseverancia a nuestra vida diaria, sin dudar nunca de que... ¡Dios nos ama!

Comentarios

Alba Luz Curaca(06-07-2023)
Excelente análisis: claro, concreto y práctico. He podido profundizar la lectura. Muchas gracias. ¡Bendiciones!
Gracias por su valoración. Dios la bendiga. La paz.
Gabriel Galán Imola(23-05-2023)
Queridos hermanos en Cristo Jesús y María Santísima, los comentarios desarrollados precedentemente en el artículo son excelentes. Quería complementar, como opinión personal, que en este relato se muestra como todo relato profético proveniente del Espíritu Santo, único y verdadero predicador, el tiempo y el espacio no son únicamente los de la humanidad. Nos reflejan también una dimensión de Dios eterno. Así, al mismo tiempo, la prueba del sacrificio de Isaac, el único, cuando estaba prometida la descendencia, va dirigida a Abraham, al hombre. Dios prueba la fidelidad del hombre, si hizo o no un ídolo de su hijo. Ahora bien, al mismo tiempo anuncia, en una especie de tiempo divino, que Él, el Dios vivo y eterno, demostrará su fidelidad, la de Dios, a las promesas hacia el hombre, a través de Cristo, la liberación de la muerte y el pecado, y la reapertura del Cielo en el Ungido, el Cristo, su único hijo.
Así es, y así lo simboliza el cordero que al final es sacrificado en lugar de Isaac. Toda Palabra de Dios tiene su cumplimiento, en la dimensión y tiempo divino, en Cristo Jesús: el que era, el que es y el que está viniendo. ¡Bendito sea Dios!
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