Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón.- Hebreos 4, 12
Invocación al Espíritu Santo Para empezar la Lectio Divina hagamos la señal de la cruz y recemos el himno Veni Creator Spiritus. De esta forma pedimos al Espíritu Santo que nos ayude a comprender y poner por obra esta Palabra que vamos a escrutar.
Lectura Vamos a leer la lectura despacio, intentando escuchar lo que Dios nos está tratando de decir con ella. Para comprender mejor la lectura es necesario mencionar el nombre de Dios: “Yahvé”, que significa “yo soy el que soy” o “el que es”.
Esta lectura tiene un importantísimo paralelo en el evangelio según San Mateo, donde le preguntan a Jesús cual es el mandamiento mayor de la Ley. Hay que destacar que Jesús vivía entre los judíos y estos no ven la Ley como un conjunto de normas impuestas con sus respectivos castigos, sino como una Palabra de vida de parte de Dios que les indica el camino de la Vida. Este paralelo dice lo siguiente:
Meditación Esta lectura nos habla del mayor y primer mandamiento de la Ley. Es decir, nos habla de la principal guía que tenemos para recorrer el camino de la Vida: amar a Dios sobre todas las cosas. El significado es claro: si quieres ser feliz sólo Dios puede ser tu Dios, nada ni nadie más, y a Él sólo has de amar. Sin embargo, esto no es una imposición, sino una respuesta al amor de Dios y a su Palabra. Por ello, la lectura empieza diciendo algo fundamental: ¡Escucha! Escucha a Dios, escucha su Palabra, bebe de sus consuelos, deja que te guíe por el buen camino, acepta la corrección, observa en tu vida el amor de Dios; y cuando reboses de agradecimiento a Dios por todo ello decídete por Él y solo por Él.
Pero esta Palabra... ¿Significa que debemos dejar de lado todas nuestras relaciones? No. En el paralelo Jesús nos lo muestra bien claro: hay un segundo mandamiento semejante al primero que consiste en amar al prójimo, pues si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve (1 Juan 4, 20). Y que sea un mandamiento semejante solo puede significar una cosa: que el segundo sin el primero no puede subsistir y viceversa. Por lo tanto, debemos tener ambos mandamientos siempre presentes, sin separarlos, ya que constituyen la guía principal para recorrer el camino de la Vida.
Sin embargo, amar a Dios es el primer mandamiento por un motivo: si primero van las personas nos hacemos dependientes de su afecto, de que nos consideren, de que nos respondan bien, de que se lleven bien con nosotros, etc. Y sin darnos cuenta hemos pasado de amar a las personas a amar lo que las personas nos hacen sentir (afecto, consideración, fama, amistad, etc). Y eso nos puede, eventualmente, hacer esclavos de ellas por el miedo a perder esas cosas. Sin embargo, si amamos a Dios primero con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerzas, no querremos en exceso nada de lo que nos puedan dar los demás, y por lo tanto seremos libres para amarlos y buscar su bien sin temor a perder nada.
No nos olvidemos tampoco de la importancia que tiene mantener estos dos mandamientos en nuestro corazón, teniéndolos presentes durante todos los momentos del día. También es de vital importancia transmitir la Fe, que incluye de forma especial estos dos mandamientos, a nuestros hijos y a todos los que estén dispuestos a escuchar esta buena noticia del amor de Dios.
Una vez terminada la meditación, permanezcamos cinco minutos en oración silenciosa, meditando a la luz de la Palabra la siguiente pregunta: “¿Qué me dice Dios a mi vida concreta con esta Palabra?” Cuando más práctica, concreta y aplicada a nuestra vida sea la respuesta, mejor. Porque con esta Palabra Dios te esta hablando hoy personalmente a ti.
Oración Continuemos la Lectio Divina con una oración personal a nuestro Padre celestial, pidiéndole lo que necesitamos para llevar a nuestra vida esta Palabra, y dándole gracias por habernos ayudado a comprenderla. A continuación, recemos el Padre Nuestro y no nos olvidemos de nuestra madre María saludándola con un Ave María. Terminemos, finalmente, realizando la señal de la cruz con la intención de llevar esta Palabra con perseverancia a nuestra vida diaria, sin dudar nunca de que... ¡Dios nos ama!
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